sábado, 23 de mayo de 2009

Terminar bien la carrera

Terminar bien la carrera     
por Esly Regina Carvalho

¿Cómo se hace para terminar bien la carrera cristiana? A lo largo de los años todos hemos visto a muchos líderes prometedores contribuir significativamente a la extensión del Reino. No obstante, algo ocurrió en sus vidas que les impidió terminar bien. Es importante que le demos mayor consideración a esta cuestión fundamental...

¿Cómo se hace para terminar bien la carrera cristiana? Con el pasar de la vida he tenido que darle cada vez mayor consideración a esta cuestión fundamental. A lo largo de mis años de ministerio he visto a muchos líderes prometedores contribuir significativamente a la extensión del Reino. No obstante, algo ocurrió en sus vidas que les impidió terminar bien. Esto me ha llevado a buscar la respuesta a la pregunta: ¿cómo hago para terminar bien mi carrera?, ¿cómo debo vivir hoy para llegar bien al último tramo de mi vida? Estas son algunas de las áreas que, según creo, debemos cuidar:

Empezar bien

Debemos, primeramente, empezar bien. No se puede subestimar la importancia de un buen discipulado, de conocer la Biblia, de cultivar una vida de integridad. Lamentablemente, en muchas ocasiones las personas conocen al Señor y en seguida son colocadas en posiciones de liderazgo sin que estén preparadas para esta responsabilidad. Empezar así es una receta segura para el fracaso. Para llevar la delantera, uno debe aprender a seguir; para ser líder, uno debe aprender a servir.

Empezar bien requiere además que tomemos decisiones sobre cuestiones fundamentales de la integridad: ¿seremos fieles en lo poco?, ¿manejaremos con honestidad el dinero?, ¿seremos sabios en el uso del tiempo?, ¿cuidaremos nuestra relación con la familia, con nuestro cónyuge? Dios nos estará mirando y evaluando en estas áreas. A veces, sin embargo, pensamos que estas cosas se pueden «dejar para más adelante», mientras intentamos afianzarnos en el ministerio. Empero, la urgencia de lo inmediato se irá «comiendo» nuestras prioridades y la persona que no ha pensado cuidadosamente sobre estos temas de seguro naufragará tarde o temprano. Lo que somos cuando nadie nos está mirando afectará dramáticamente nuestro futuro como líderes, pues el enemigo estará buscando, precisamente en ese ámbito, su oportunidad para destruir nuestro testimonio.

Caminar con él

En segundo lugar, hemos sido llamados a cultivar nuestra intimidad con Dios. Nada nos hará caer más rápido que la falta de una relación significativa con él. Los líderes suelen ser personas muy capaces, en términos humanos. Pueden hacer muchas cosas con sus propias fuerzas. Solamente con el pasar del tiempo se van a dar cuenta de que el Espíritu de Dios no está presente como podría estarlo cuando el ministerio está cimentado en una relación sólida con Dios. No podemos parecernos a Jesús si no estamos pasando tiempo con él.

¡Existen demasiados líderes que confunden el trabajar en el ministerio con la intimidad con Dios! El gran mandamiento no nos ordena trabajar para el Señor, sino a amar a Dios por encima de todas las cosas. Así, de todos los compromisos que pueden afectar la forma en que terminamos la carrera, ninguno será tan fundamental como este.

Mantener las prioridades

Debemos buscar del Señor cuáles son Sus prioridades para nuestras vidas, nuestro matrimonio, nuestro ministerio y este momento particular de vida que nos toca vivir. Una vez que las hayamos establecido, él nos llama a que seamos fieles en mantenerlos hasta que él mismo no nos indique otra cosa. De otro modo corremos con el peligro de andar tras lo que se nos presente en el camino, como el dinero, el prestigio y el poder. Todo esto acabará, eventualmente, con nuestra vida y ministerio.

Poner los ojos en la llegada

Debemos asumir el compromiso de terminar bien. Esto parece algo muy obvio, no obstante, muchas personas no piensan que es necesario pensar en esto mientras estamos en la carrera. Sin embargo, si ponemos la vista en la meta, en los momentos más duros de la carrera siempre podremos evitar decisiones equivocadas. Esto será particularmente importante en dos áreas de la vida:

1. Las tentaciones. La Biblia nos enseña a ¡huir de las tentaciones! La persona que pasa tiempo mirando las vitrinas de Satanás, acabará entrando para comprar algo. Es mejor evitar «sus tiendas». Alcanza y sobra con las tentaciones que la vida pondrá en nuestro camino sin salir a buscar desafíos adicionales, exponiéndonos innecesariamente a las artimañas del enemigo. Debe resaltarse sin embargo que solamente lograremos vencer las tentaciones con el poder, el discernimiento y la fortaleza que vienen de lo alto. De nada nos servirá asumir el rol de súper-héroes espirituales, pues quien subestima el peligro de las tentaciones se abrirá al fracaso.

2. Evitar la apariencia del mal. Muchos cristianos piensan que si hacen las cosas con inocencia no hay ningún mal en esto, pero la Biblia afirma que debemos evitar hasta la apariencia del mal. Quizás otros nos tildarán de «cuadrados», pero yo prefiero terminar la carrera siendo «cuadrada» (como han considerado muchos a Billy Graham en su afán de mantener la integridad) que «redonda», como otros que han caído en inmoralidad.

Perseverar

Nuestro compromiso debe ser seguir adelante, incluso cuando aparentemente no tenga sentido hacerlo. Todos experimentamos etapas en la vida en las cuales no entendemos lo que Dios está haciendo con nosotros. Todos pasamos por momentos de tribulaciones, tal como Jesús nos lo anunció. En esos momentos luchamos con la fidelidad al Señor y cuestionamos su bondad hacia nosotros. Nos preguntamos: «¿puedo seguir adelante aunque no tiene sentido lo que me está pasando?, ¿puedo avanzar aun cuando mi corazón está quebrantado por el peso del dolor?, ¿es posible seguir aun cuando siento que no podré aguantar el peso siquiera de una última gota?». Empero, en los momentos que nos sentimos tentados a buscar otra solución o alternativa, debemos abrazarnos a la convicción de que solamente Jesús tiene palabras de vida. Dios es fiel y su fidelidad y sabiduría nos llevan a pasar por los momentos más duros.

Vivir para él

La carrera a la que hemos sido llamados solamente podremos correrla si poseemos un corazón totalmente entregado a Dios. Una casa dividida no puede mantenerse en pie, ni se puede servir a dos señores. Aunque muchas veces hemos intentado «tener un pie de cada lado», la palabra claramente nos revela que existen solamente dos posturas en la vida: somos totalmente del Señor o somos totalmente del enemigo. Realmente no existe la forma de mantenerse entre dos mundos. Tarde o temprano vamos caer a un lado del muro o al otro; es solamente una cuestión de tiempo.

Cuidar el llamado

De vez en cuando es bueno que volvamos a nuestro llamado original. En esos momentos, debemos preguntarnos: «¿estoy haciendo aquello que Dios me llamó a hacer?», «¿estoy siendo transformado cada vez más a la imagen de Jesús?», «cuál es el fruto de mis manos?». La Biblia dice que seremos conocidos por nuestro fruto, no por nuestra actividad o por lo apretado de nuestra agenda. Entonces, cuando terminemos la carrera se debe poder identificar un claro legado para las próximas generaciones. Esto significa que nuestro llamado debe concentrarse en levantar obreros que van a seguir la obra del Señor cuando nosotros ya no estemos presentes.

Yo estoy convencida de que en esta etapa de mi vida una parte esencial de mi llamado es compartir, transmitir y enseñar todo aquello que me llevó tantos años aprender. Cuando llegue el día de partir para el hogar, con Jesús, quisiera poder mirar para atrás y ver una multitud de personas llevando adelante el ministerio en el cual Dios me permitió ser pionera. Sin embargo, para llegar a este punto, he asumido el compromiso y estoy concentrada en formar una nueva generación de «ministros de la reconciliación». Quisiera que otros aprendan todo lo que yo sé, todo lo que he cultivado en el ministerio. Anhelo además un estilo de enseñanza en el que no busque guardar para mí los «secretos de la profesión». No solamente esto, sino que también deseo que los que sean formados puedan tomar mi experiencia y hacerla suya, con sus propias particularidades, y agreguen a ella sus propias vivencias. De este modo ellos podrán, eventualmente, bendecir a otras personas a su manera, con su propio estilo de ministerio.

Ser imitadores

Finalmente, creo que la carrera demanda de nosotros que busquemos imitar los buenos ejemplos de otros que también han corrido exitosamente la carrera. Seguramente podemos pensar en muchos casos de personas que fueron llamadas, pusieron la mano en el arado y, luego, miraron para atrás. No obstante, los buenos ejemplos son los que más impactan nuestra vida, pues no se puede vivir simplemente con la filosofía de evitar los errores que otros cometieron. Yo he sido muy afortunada en que mis cuatro abuelos fueron creyentes y cada uno de ellos terminó bien la carrera. Aunque eran personas muy sencillas, estaban profundamente comprometidas con el Señor. No fueron famosos. No escribieron libros. No dejaron grandes fortunas materiales. No obstante, me dejaron un incomparable legado: cómo terminar bien.

Descanso Útil



DESCANSO UTIL
 Por John R. Stott

¿Cómo podemos, en medio de todas estas presiones que nos acosan, sobreponernos al desánimo, y también mantener la frescura espiritual? Personalmente, estoy convencido de que la raíz del estancamiento es, con frecuencia, la falta de autodisciplina.

El estancamiento es hoy uno de los problemas más comunes del liderazgo cristiano, aún más grave que el desánimo. Cuando perdemos la frescura espiritual, nuestra visión empieza a desvanecerse y hasta puede disminuir nuestra fe; la gloria del evangelio puede empañarse al grado de que ya no nos emocione, no haya brillo en nuestros ojos, ni entusiasmo en nuestra acción. Entonces, empezamos a parecer agua estancada en lugar de riachuelos. ¿Cómo podemos, en medio de todas estas presiones que nos acosan, sobreponernos al desánimo, y también mantener la frescura espiritual? Personalmente, estoy convencido de que la raíz del estancamiento es, con frecuencia, la falta de autodisciplina.

Quiero señalar tres tipos de disciplina: la primera es la disciplina del descanso y la relajación; la segunda es de administración del tiempo, y la tercera está relacionada con la vida devocional. En este número de Apuntes Pastorales publicamos la primera de las disciplinas.

La disciplina del descanso y la relajación

Los seres humanos somos criaturas extremadamente psicosomáticas. De hecho, somos criaturas pneumato-psico-somáticas, porque somos cuerpo, mente y espíritu. No es fácil entender la interrelación entre estas áreas, pero sabemos que la condición de una incumbe a las otras. La condición del cuerpo afecta de manera particular nuestra vida espiritual. A veces, cuando me consultan por un problema espiritual, advierto que la solución para esa persona es tomarse una semana de vacaciones. Cuando estamos con ganas de predicar acerca de Jesucristo, y además nos sentimos bien físicamente, las cosas resultan más fáciles. Por eso es necesaria la disciplina del descanso.

En primer lugar, es necesario tomarse un poco de tiempo para uno mismo. Algunos líderes cristianos son trabajadores compulsivos: piensan que si no trabajan mañana, tarde y noche, no son buenos siervos de Dios. Ponen a Jesús como modelo, diciendo que Jesús siempre estuvo disponible a todas horas. Pero al afirmar esto, muestran que su conocimiento de la Biblia deja mucho que desear, porque Jesús no estaba disponible a todas horas.

Quisiera darles a los trabajadores compulsivos el mensaje de Marcos 6.45: «En seguida hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir adelante de él a Betsaida, en la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud». Despidió a la multitud, para poder descansar y orar. Por lo tanto, no debemos sentirnos culpables de tomar algunos periodos de descanso.

Por mi parte, estoy muy agradecido por la siesta, jamás no podría levantarme temprano si no tomara una siesta por la tarde. Recuerdo muy bien cuando visité por primera vez América Latina. Había estado viajando por el continente, y en ese momento me encontraba en Argentina. Durante la última presentación pública en Buenos Aires, alguien me preguntó si había aprendido algo en América Latina. Rápidamente contesté que había adquirido tres valiosas lecciones: la primera era el gran beneficio de la siesta; la segunda era que estaba arrepentido del vicio inglés de la puntualidad, y en tercer lugar, me gustaba el gesto cálido de besar al saludar. Agregué que al regresar a Londres, tendría que olvidarme de dos de ellas… pero he mantenido la costumbre de la siesta. Aunque nuestras necesidades varían de acuerdo con nuestros temperamentos, todos precisamos un tiempo adecuado para dormir y descansar.

También deberíamos tomarnos un día de descanso a la semana; me temo que yo mismo a veces no lo hago, pero creo que debemos obedecer con más fidelidad el cuarto mandamiento; si no lo hacemos, estamos afirmando tener mayor sabiduría que Dios, ya que él nos hizo de manera que necesitamos el ritmo de un día de descanso cada siete. Durante la Revolución Francesa, el ser humano trató cambiar esto, y lo intentó nuevamente en 1917, después de la revolución rusa, pero el experimento de hacer semanas de nueve o diez días fracasó. Dios sabía lo que hacía cuando nos dio un día de descanso cada siete, y no debemos pretender que tenemos mayor sabiduría que él.

En segundo lugar, quiero referirme a las actividades recreativas, y a los pasatiempos. Probablemente cada uno de nosotros guste de practicar algún deporte, y eso es excelente, ya que nos da la oportunidad de hacer actividad física con nuestros amigos. Pero también es importante que tengamos un pasatiempo. Una alternativa podría ser interesarnos por algún aspecto de la naturaleza. Los cristianos evangélicos tenemos una buena doctrina de la redención, pero no de la creación. Me gustaría animarle a observar pájaros, por ejemplo. Quienes practican esta forma de esparcimiento difícilmente sufren colapsos nerviosos, ya que esta práctica permite hacer ejercicio y respirar aire puro. No encuentro palabras para describir la magia de las primeras horas de la mañana, después de la salida del sol, cuando he ido a disfrutar de la vista, los sonidos y los olores de la naturaleza; es una experiencia incomparable, y además mantiene ocupada la mente, alejándola de las presiones del trabajo. También ayuda a meditar acerca de la complejidad y la belleza de la creación de Dios. En cuento sea posible, nuestro pasatiempo debe hacerse al aire libre.

En tercer lugar, pero no menos importante, tenemos la familia y los amigos. Por lo general reconocemos que en nuestro círculo familiar nos aman y nos aceptan, por lo que podemos relajarnos. Los casados nunca deben olvidar que es vital dedicar suficiente tiempo a sus familias
Siempre he admirado a mi sucesor como rector de la iglesia «All Souls», en Londres. Michael Baughn es un padre de familia maravilloso. Él y su esposa son muy felices, tienen tres hijos, que ya son adultos, y resultan un ejemplo de vida familiar cristiana. Michael se propuso estar siempre con su familia durante la cena. Esto lo decidió cuando sus hijos eran pequeños, y seguramente cenaban temprano. No importaba qué estuviera haciendo, él dejaba todo para ir a cenar con su familia.

Todos necesitamos también amigos fuera del círculo familiar, especialmente si somos solteros. Es bueno orar por nuestros «amigos del alma», pues son personas con quienes podemos compartir profundamente nuestras experiencias espirituales. Me pregunto si valoramos suficiente el regalo de Dios de la amistad.

¿Cómo completarían el siguiente versículo, escrito por Pablo?: «Porque de cierto, cuando vinimos a Macedonia, ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores. Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con…» ¿Con qué?, ¿cómo termina el versículo?, ¿cómo consoló Dios a Pablo cuando estaba cerca del colapso? Los cristianos «súper espirituales» probablemente dirían: «Dios los consoló con la presencia de Jesús», pero no es así como continúa Pablo. Él «nos consoló con la venida de Tito», con la llegada de un amigo cercano y las noticias que él traía. Dios utiliza esta necesidad humana de la amistad para consolarnos.

Tenemos otro ejemplo de Pablo, al final de su segunda carta a Timoteo: parece que está en la prisión de Mamertina, en Roma, donde no había ventanas sino solamente unas pequeñas aberturas circulares en el techo, por las que entraba luz y se ventilaba la celda. Pablo saldría de esa prisión solo para su ejecución. Fue entonces cuando confesó: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe». Él se encontraba en la plenitud de su madurez, al final de su vida; sin embargo, se sentía solo; era un gran cristiano, maduro, pero solo. Entonces escribió acerca de la presencia de Dios en el capítulo 4 («Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas») y acerca de la esperanza de la segunda venida de Jesús, pero ninguna de estas dos verdades teológicas le quitaron el sentimiento de soledad. Después, en el versículo 9, anota «procura venir pronto a verme» y en el versículo 21: «procura venir antes del invierno». Pablo también le pidió al joven discípulo su capa porque tenía frío.

Lo anterior nos hace ver que Pablo era un gran cristiano, pero también era muy humano y no temía admitir su necesidad de la compañía de sus amigos.

En síntesis, necesitamos tomar tiempo de descanso, practicar deportes o pasatiempos y finalmente, requerimos de nuestra familia y amigos. Estas necesidades son humanas y nunca debemos avergonzarnos de admitir que las experimentamos.

Se tomó de Los Problemas del Liderazgo Cristiano. ©1990 Ediciones Certeza ABUA. Se usa con permiso. © Copyright Apuntes Pastorales XXIV-4, todos los derechos reservados.

Oraciones que no son



ORACIONES QUE NO SON  

Siempre existe el peligro de que nuestras oraciones las desenfoquemos de Dios y las dirijamos a nosotros

Texto Bíblico base: Lucas 18.11-12

Nuestra primera reacción a esta escena es fácilmente previsible. Sentimos inmediata indignación por la hipocresía del fariseo. ¿Cómo es posible que un hombre —nos preguntamos— sea tan ciego y orgulloso que se haya atrevido a elevar a Dios semejante monumento a la vanidad? Seguros de que nunca hemos elevado a los cielos una oración tan grosera como la del fariseo, desecharlo no demanda de nosotros más que unos instantes de reflexión. Avanzamos en nuestra lectura y nos encontramos con el publicano. El contraste es demasiado abrumador que la conclusión no es más que un trámite. ¿Quién de nosotros no sabe que la del publicano es la postura aceptable delante de Dios?

Un momento. ¡No avance usted tan rápido! Pasó por alto un frase que es profundamente inquietante, el evangelista dice que el líder religioso, poniéndose en pie, «oraba consigo mismo». La Nueva Versión Internacional traduce este versículo así: «El fariseo se puso a orar consigo mismo.»

Olvídese por un instante de lo obviamente egocéntrico que son las frases de este hombre, y medite en esta realidad: hay oraciones que no están dirigidas a Dios, sino a uno mismo. ¿No le hace temblar? Sabiendo que nuestro corazón nos engaña permanentemente, no podemos descartar con facilidad que este sea nuestro caso.

El ejercicio de la oración padece de una característica que la hace propensa a esta debilidad. Cuando oramos, nuestro diálogo con él no contiene Su voz audible que nos corrige y encamina nuestras oraciones hacia cosas más espirituales. Solamente nosotros nos oímos. Por eso debemos prestar atención al susurro del Espíritu que le da testimonio a nuestro espíritu acerca de lo acertado o no de nuestra espiritualidad. No obstante, ¡qué fácil es errar el camino!

Esta cuestión no es de fácil resolución, de modo que hacemos bien al estar en permanente guardia contra este peligro. Permanecer conscientes de que muchas de nuestras oraciones puden estar dirigidas más hacia nosotros mismos que a Dios, ya es un avance importante. Como mínimo, debemos proceder con mucha cautela.

Quisiera agregar dos observaciones más. En primer lugar, hay mucho peligro en el exceso de palabras. El autor de Eclesiastés nos recomienda: «Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios.» (5.1 y 2) Y en segundo lugar, es muy fácil que nuestras oraciones estén enteramente ocupadas con nosotros mismos: mis deseos, mis pedidos, mis necesidades, mis planes, mis confesiones. Cuando usted ve que la palabra «yo» o la palabra «mi» pasa con mucha frecuencia por sus labios, empiece a preocuparse.

Para pensar:
¿Alguna vez se ha dado a la tarea de analizar sus oraciones? ¿Qué tan genuinas son? ¿Cuánta palabrería innecesaria las acompañan? ¿Dónde necesita hacer modificaciones para que no acabe «orando consigo mismo»?

Autor: Christopher Shaw.